CUENTO - LA LUCIERNAGA Y LA LUNA

CUENTO. LA LUCIERNAGA Y LA LUNA.
     Era este un hermoso bosquecito con muchas flores de variados colores y aromas, con gran variedad de plantas y árboles de distintos tamaños que producían deliciosos frutos y que también eran todo un deleite cuando se necesitaba de sombra o de un agradable lugar para reposar. Había en el bosquecito muchos animalitos que día a día andaban de un lugar a otro, ya fuera buscando sus alimentos, correteando y jugando alegremente o tan sólo apreciando la belleza que los rodeaba mientras disfrutaban del agradable clima del lugar. Entre los animalitos del bosquecito no faltaban los venados, las liebres y conejos, las ardillas, los zorros y los mapaches; también podíamos encontrar insectos como: mariquitas, luciérnagas, abejas y mariposas; vistosas y cantarinas aves y otro tipo de animalitos también los podíamos encontrar en el bosquecito.

     Por las noches y a lo largo de casi todo el año los animalitos del bosquecito también disfrutaban salir de sus madrigueras y escondites; apreciaban mucho contemplar el imponente cielo adornado de estrellas y a la luna que parecía desearles paz y alegría con la maravillosa luz que les obsequiaba. Algo que también llamaba la atención de los curiosos animalitos durante las noches era el grupito de sus amigas luciérnagas, que parecían querer jugar con las titilantes estrellitas y que a veces hasta parecían confundirse con ellas al encender y apagar los farolitos de sus cuerpos, que brillaban en unas más que en otras de acuerdo al tamaño de sus cuerpecitos. Pero bien, desde este momento nos quedaremos enfocados en el paisaje nocturno de este bosquecito, que es donde se desarrolla una interesante amistad entre la luna y una de las luciernaguitas del grupito, que era la más juguetona y la que más revoloteaba de aquí para allá de un lugar a otro cerca del grupo; se llamaba Farolí, y los animalitos del bosque la saludaban con mucha alegría cuando la miraban pasar.
     Cierto día de luna llena en que el grupito de luciernaguitas salió a pasear y revolotear, ya sobre la hierba y plantitas del bosquecito o ya sobre sus árboles, Farolí se separó un poco del grupito para andar curioseando de un lado a otro, como era usual, pero en las noches de luna, especialmente cuando la luna estaba llena, Farolí a veces volaba como queriéndose acercar a ella, a la que consideraba su gran amiga, pero esta noche en particular, Farolí volaba cada vez más lejos del grupito en dirección hacia la luna, la amiga a la que tanto admiraba por su gran brillo. Farolí volaba y volaba hacia la luna, revoloteando un tantito para acá y un tantito para allá, y llegó a pensar que al acercársele lo suficiente también podría iluminar tanto como ella; Farolí se dio cuenta de que estaba tan lejos de sus amiguitas del grupo que apenas podía distinguirlas abajo en el bosquecito, así que pronto dio la vuelta y se apresuró a alcanzarlas, lo que ciertamente le tomó mucho tiempo.
     Pasaban los días y Farolí volvía a repetir los aventurados recorridos que ya tenían muy asustadas a su amigas luciernaguitas; igualmente los demás animalitos del bosquecito notaban que Farolí se les perdía de vista al volar demasiado alto y temían por ella, pues ya no podían siquiera notar su lucesita. Un día, a pesar de los consejos de sus amigas luciernaguitas y de los demás animales del bosquecito, Farolí se decidió a volar más alto de lo usual, pues estaba totalmente decidida a brillar como su amiga, la luna, aunque la luna misma ya le había dicho que no se alejara tanto de su grupito de amigas porque se podría perder. Farolí estaba decidida, y es que no sólo le gustaba muchísimo el brillo de la luna, sino que tenía el afán de brillar tanto como ella y así alumbrar más que todas sus compañeras y fascinar más a los demás animalitos del bosquecito. Farolí ya volaba muy alto en el cielo, tan alto que ya no podía divisar a sus amigas luciernaguitas y sus luces ni a los demás animalitos que alumbraba la luna con su hermosa luz. La luna, al notar que su curiosa amiga luciernaguita se estaba alejando demasiado de sus amigas temió mucho por ella y tuvo que reprocharle:
     —Amiga luciernaguita, ¿por qué te alejas tanto de las demás luciernaguitas?, podrías perderte.
     —Amiga luna, es que me gusta mucho tu luz —respondió Farolí, omitiendo por vergüenza su afán de querer brillar tanto como ella.
     —Pero, ¿es que no sabes que todas tus demás amiguitas del grupo y los demás animalitos del bosque deben estar muy preocupados por ti? —le preguntó la luna, dejando mostrar su preocupación en sus gestos al hablarle y en el tono de su voz.
     —Pues viéndolo bien me imagino que se deben estar preguntando por dónde andaré —respondió Farolí en tono quedito a la pregunta reproche preocupado de su amiga luna.
     —Amiguita, creo que ya es hora de que regreses muy prontita a buscar a tus amiguitas luciérnagas, yo te ayudaré a encontrarlas —dijo la luna a Farolí ya con una sonrisa en su semblante para animar a su amiguita—. Y recuerda no volver a alejarte mucho de ellas; ellas y los demás animalitos del bosque necesitan de ti y de tu titilante lucesita para divertirse —recomendó la luna a Farolí, regalándole después y alegremente un reconfortante guiño de ojo.
Bien, la luna y Farolí se terminaron de despedir con los respectivos adioses, y fue así como nuestra luciernaguita regresó con su grupito de amigas. Al estar ya con ellas se enteró de boca de ellas mismas que no la podían ver, ni siquiera su lucesita, por haber subido tan alto. Sus demás amiguitos, los animalitos del bosque también le decían que se les había perdido de vista y que extrañaban su lucesita juguetona.
     Fue así como Farolí se dio cuenta de que bastaba con su pequeña lucesita para divertir a sus amiguitas luciernaguitas y a los demás animalitos del bosquecito, y que la apreciaban mejor cuando más cerca estaba de ellos; más adelante se daría cuenta de que a medida que ella crecía su farolito también crecía e iluminaba más.
     Farolí siguió admirando a su amiga la luna desde el bosquecito; ambas se alegraban al mirar mutuamente su luz.

Autor: Enmanuel Campos Espinoza.